lunes, 14 de enero de 2013

Carta a San Martín.


Lago Titicaca.


A mí me dijeron: Usted es indio,
piel prieta, pies de piedra,
usted es de Salta, de Néuquen,
de Tucumán, Catamarca, de Jujuy 
o donde salmuera las rocas lloren...

Uno siente como pesan las tripas,
cómo el polvo y la ceniza circulan
por las venas, haciendo lenta la marcha; 
así lastima el hambre en las alturas,
cerca del cielo, donde nada más aguanta.

Se oye a la sierra llorar por dentro,
divino glaciar y puna infinita,
allá abajo suena un grito siniestro,
no hay nada que se escape a la vista
de los altos cerros de estirpe bendita.

Nada se espera de arriba, del cielo,
nada se recuerda sin el alimento,
 un grano que se guarda con recelo,
y una bala que se pierde en el intento
de liberar la voz del firmamento...

Decían que ore al corazón del salar
donde está providente Pachamama.
Aquí uno vive de chicha y coca,
pues eso es lo que la mama flaca nos daba; 
calma, los ojos del salado nos han de cuidar.

Yo no conocí de los buenos aires,
solo el rancio aliento de la arena;
no hay lamento en los Andes,
a respirar el cóndor nos enseña
entre huesos y rastros de otros tiempos.

Todos soñamos con volver a casa:
al lago donde flotan las llamas,
al desierto silente que calla cañones,
a las barrancas, palacios de los dioses,
o al suelo que recibe nuestras almas.


Ángel E. Mora.




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