miércoles, 14 de marzo de 2012

Re-evolución.




Me gusta hacerme pequeño y lento... 
como planta, ser el alimento del tiempo, 
ser Dios por un momento, 
verme reflejado en los ojos de un niño como 
me gusta la suavidad de la piel del viento, 
el olor de los jazmines floreciendo en primavera, 
el atardecer del altiplano,
y morir cada noche entre las sábanas de la libertad,
despertando borracho de sueños,
en silencio, contemplando,
maravillado por la aparente finitud del universo,
navegar en las calles, esquivar transeúntes,
y buscar la vida en lo aparentemente insignificante.

Escucho el eco de un galope, es una libre,
húmeda y tibia templeza,
que llega para adormecer las pasiones,
canta con el viento lo inaudible,
acariciando tan suavemente,
a fuego tan lento y cadente,
despoja de miedo los corazones desdeñosos, 
aquellos quedaron recostados sobre 
el cesped tierno de septiembre,
que adornó de color verde
 los pasos noctámbulos de fantasmas citadinos...
perros lujuriosos, niñas concuspicientes,
 abejas de basurero que intentan congraciarme...
leteo, oblivia, aceite e hidromiel, nubes de incienso
turbio cubriendo al sol con su pequeñez.

La fragilidad colorea los marcos de tus tristes ventanas,
que sin permiso abren sus brazos al marzo;
su andar es un vaivén arabesco, tribal,
fantasioso cual lágrima cayendo a la lama,
que la ama y la amolda a su pecho, 
como ínfima semilla creciendo en su lecho, 
en el útero de la esperanza, al filo de las aceras, 
en la esquina que vio la sangre correr
de la inocente flor que en blanco calló,
las aves graznan, las cigarras se excitan, 
el olor de la pingüica sigiloso entre
el tibio masaje de los fluidos estivales,
resecos, reblandecidos y sin embargo bellos.

Yo lo veo ¿tú lo ves?.


Ángel Emmanuel Ruiz Mora.

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