viernes, 20 de enero de 2012

Technicolor


 

Suaves caricias de manos coquetas,
y la sonrisa perene de la inquietud,
es la precencia de quien no sabe,
de quien la hace posible y no es,
la que pinta con su voz turquesa,
y de un golpe rebota de sorpresa.

Avanza de un giro, retrocede y marcha,
sujeta, matiza, coquetea y danza,
no para su embate o se va de la nada,
agita sospechosa las manos,
imita la forma dilatada del papel,
de sueños, de olores en pastel,
de fragancias milenarias de vidas pasadas,
telas que se frotan y se vuelven pesadas. 

De vez en cuando no vuelve,
impido regresar aquel confort infantil,
los brazos de una madre y la fuerza de un padre,
leche con chololate y la te-ve encendida,
el invierno en la puerta y las ventanas cerradas,
aquí nada pasa con la luz que se queda dormida,
soy yo y mí mismo imaginario en sepia,
la curiosa levedad del ser, insoportable.

El peso de los años, el fuero de los daños,
dan palmaditas en la espalda, pintan las paredes,
su nombre, su color de alegría, una promesa,
el fervor de las mieles, la infancia que se va,
el televisor que se apaga, un libro que se abre,
en tiempos de eich-di y de el-ci-di, te veo,
me das un panqué con tu sabor, de tu color,
con tu frescura, con tu locura sazonado.

Tú estás en la pared sueño mío,
con mis dedos sedientos de pintura y sangre,
dibujada a semejanza de la perfección,
y sin propósito más que atormentarme,
pedazo de estrella onírica superenfriada,
dulzura de la historia, del marchito futuro,
indecifrable eres, intocable artesanía,
sueñas con leche y miel en lejanía.


Ángel E. Ruiz Mora



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