jueves, 19 de enero de 2012

Éxodo.

 
 
Ellos dicen que es suicidio, la incidencia del frío, el abandono, la soledad y la sozobra. Ellos no saben de la escacez.
Cabalga el estiaje con pies de plomo, derrumba y azota los campos y las cañadas.
Las lágimas caen sin poder el suelo germinar, el llanto cae, los pasos helados, tullidos, duros cual roca, marchan al abismo.
Puedo ver los morenos rostros desauciados, los pies descalzos, las penas descendiendo de la sierra, y del bosque aquel que alimento no da en sus fértiles cumbres. 
Veo el hambre llegando con nombre a las ciudades... han muerto, extienden la mano, ha muerto su fe, se desmoronan las vidas como los cerros estériles de donde provienen los fantasmas, fríos, tristes, en silencio van quedando.
Muere el ser colorido, en la indiferencia, abandona sus creencias con el dolor de sus entrañas, famélico, pobre hasta los huesos, estos reblandecidos y sin voluntad para dar un paso más.

Caen entonces, mueren, mueren los fantasmas como los magueyes mueren, desangrados desde dentro, secándose poco a poco, muere dios y su finita misericordia.
Mueren las piedras, mueren los cielos, mueren familias que no piden más que clemencia, muere la creencia, muere la inocencia.
Piden vivir de los que sus manos le deben a las tierras, mueren los campesinos en el exhilio, en los infiernos, en las llanuras, en las ciudades yermas, con los insectos y las ratas.
No lloran los azules ni los naranjas atardeceres, lleva el olvido a cuestas, expiando las culpas del citadino, en solitario se van quedando las flores raquíticas en el campo, esperando la lluvia que no llega.
Mueren como animales, secos y de sed, mueren los campos y los infantes sueños del sol, muere lo que se ha hecho y repetido, y camina la desgracia.
Anda lento y seguro, el fin se acerca, el suicidio de masas, el olvido de mitos, la muerte de misas, los cántocos suenan con melancolía, entre cañones y cuevas y entre las secas pencas del maguey.
El dios lejano lejos se va, a donde no pueda escuchar los sollozos silentes, ni los pechos dolientes, ni las lenguas sedientas, y se confunde entre el denso ruido urbano, vuelve y revuelve la fe.
Ellos y su melancolía, no pueden regresar, ni por el amor al arte, ni por el amor a sus ciclos.
Muere hermano, muere en silencio, calla tus penas que nadie escuchará, déjate morir en silencio, déjate morir como el campo a tu espalda, y no me escuches, que este no es mi deseo.
Continúa cabalgando carencia, y vete, rezamos, alabado seas señor del monte, sal de allí, y nunca regreses.
Ángel E. Ruiz Mora.

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